lunes, 19 de abril de 2010

Tierra de Contrastes

Tierra de Contrastes


Un mosaico de tejados de zinc se extendió bajo mis ojos, en medio de la selva que me acompañó durante casi todo mi vuelo desde Bogotá.
El Jetsream41 descendió un poco, la selva se veía más cerca de mis pies. Dos giros, se inclinó y gimiendo herido, se dirigió a la pista del aeropuerto. Hicimos contacto con una calle semipavimentada de unos cuantos metros.
Quibdó me recibió con un abrazo de calor pegajoso y húmedo, un sabor tropical y un vago aroma a herencia africana.
Un taxi me esperaba para llevarme al barrio el Silencio, me lleva por la calle principal. A su lado el río Atrato me sorprende, imponente y orgulloso porque la vida de la población gira en torno suyo. Canoas, lanchas que parten y llegan. Al otro lado lo que parece un caserío indígena. Mujeres negras con ropas coloridas y cuerpos voluptuosos. El mercado: Vendedoras de pescado fresco, montones de pescado seco, racimos de plátanos, chontaduros de rojos y naranjas intensos. El malecón y la Iglesia de San francisco de Asís, patrono de esta ciudad que en Septiembre baja de su pedestal, se mezcla con el pueblo y cambia su nombre a San Pacho. El recorrido sigue, también el caos del tráfico; motocicletas de diferentes tamaños y marcas, van de un lado a otro en esta calle de doble sentido, sin señalización y con un par de semáforos. Mientras el taxista evade hábilmente los huecos, me cuenta que en la Iglesia hay mucha gente porque es el entierro de la “Tati” un peluquero que se inyectó no se que cosa en las nalgas y días después murió en una clínica de Medellín. Inmediatamente cambia de tema y me pregunta si vengo por las fiestas, antes que le conteste, me dice que son las mejores del mundo, que la voy a pasar muy bien bundiando. Esa fue la primera vez que escuché esa palabra, luego la escucharía y la repetiría hasta el cansancio. Todo el tiempo se refirió a mi, como: Profe ( Después supe que esa palabra era utilizada, como en otros lugares se utiliza Doctor o Doctora)
El silencio es un barrio bien de Quibdó, de casas bonitas, calles pavimentadas y andenes en buen estado. Mi recibimiento fue efusivo y cálido. Me enseñaron mi cuarto, me explicaron como era eso del acueducto(Ese que no existe aquí, en una ciudad rodeada de tantos ríos) me mostraron la “Piscina” donde se aprovisiona el agua lluvia para bañarse, para lavar la ropa, para el aseo en general. Yo solo pregunté ¿Y sino llueve? A lo que me respondieron ¡Ay seño, aquí siempre llueve!
Efectivamente, esa noche cayó con furia un aguacero de selva tropical y fue así durante ochenta y siete noches de las noventa y dos que pasé aquí. También esa noche fue mi primer baño con agua lluvia “agua tirá” en el patio, directamente de la “piscina”
A la mañana siguiente un desayuno típico Tapao de bocachico. Preparado por doña Perla, una mulata de dientes muy blancos, a quien le tomé mucho cariño y a quien le debo mis kilos de más por su afán de alimentarme con Sancocho de Mulata Paseadora, Sancocho de Carne Ahumada, Sopa de Fideos con Queso Costeño, Arroz Clavado, Pastel de arroz, Pescado en Leche de Coco…
Esa mañana, como todos los turistas me fui al Malecón, el Río Atrato estaba más caudaloso por el aguacero de la noche anterior. Era reconfortante observar la trayectoria del río, las pequeñas embarcaciones, la selva y el caserío en la otra orilla. Algo llamó mi atención: Unas dragas abandonadas, en mal estado. Me contaron que eran de una empresa Brasilera, que el gobierno confiscó porque estaban sacando oro y platino con licencias falsas en complicidad con algunos funcionarios corruptos de la ciudad.
Sin embargo por momentos se tornaban invisibles, en medio del paisaje hermoso que dibujaba el río a su paso. Indígenas cruzando el río en sus canoas, lanchas con motor fuera de borda, que dejaban sus huellas provisionales y dejaban también a sus pasajeros y que llevan a curiosos como yo, a dar un paseo de media hora. A pesar de mis nervios evidentes, cámara en mano traté de capturar algunas imágenes, pero fue difícil. La lancha en movimiento y yo inmóvil porque temía que si me movía mucho podría caer al agua y no tenía chaleco salvavidas.
Una noche conocí un lindo restaurante a orillas del Río Atrato. La cocina quedaba justo en la entrada, se veía a las cocineras picar, asar, freír con mucha destreza. Las mesas y el piso de madera, decoraciones artesanales típicas del Chocó. Me senté en una mesa donde se podía observar el Río, estaba sereno, la melodía de su corriente se mezclaba con la chirimía que se escuchaba al fondo. Pedí una cazuela de Bagre, la disfruté mucho, mientras recordaba que mañana sería 20 de Septiembre y comenzarían las fiestas patronales de San Pacho.

San Pacho: Bunde y Arrechera

Fueron 14 días carnaval, un día de reflexión y 15 días de Sancocho de las 7 Carnes. La gente adornaba sus barrios con banderas, hubo desfile todos los días por cada barrio y el último día la figura de San Francisco de Asís recorrió toda la ciudad. Un ejemplo de Sincretismo entre lo católico y las religiones africanas.
Por esos días conocí una nueva palabra: Caché, que es el disfraz que se utiliza en las comparsas, al que le dan mucha importancia. Eso lo noté en cada desfile, creatividad, mucho color. Pero lo que cualquier visitante podía notar y nunca olvidar es la alegría desbordante y contagiosa de esta fiesta que no sé si es la más larga de este planeta, pero estoy segura que es la más espontánea y colorida.

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