lunes, 17 de enero de 2011

La Desconocida

LA DESCONOCIDA

Me escapo al balcón a fumarme un cigarrillo. Ya casi oscurece. Ha sido un día de esos normales. El precio de las acciones se mantuvieron estables, el dólar bajó y creo que este es sólo mi quinto cigarrillo.
En frente el edificio de la 72. Casi todas las oficinas ya están vacías. Algo llama mi atención: Una mujer se peina el cabello frente al computador y creo que llora. Me concentro en ella. Ya no se peina, sólo llora. Ahora seca sus lágrimas. Se levanta, arregla su vestido. Yo corro al ascensor, he decido buscarla a la salida de su edificio.
Estoy abajo. La veo salir apurada. Cruzo la calle y la sigo. Caminamos algunas cuadras hasta el centro comercial. Subimos a las escaleras eléctricas. Estamos en el segundo piso y yo voy detrás de ella. Se detiene en el cine. Mira su reloj, mira hacía todos lados. Encuentra lo que está buscando. Otra mujer se acerca, se saludan con un beso en la mejilla. Van a la fila para comprar las boletas.
Escucho porque película se decidieron. Compro mi boleta. Vemos la película de Sandra Bullock. La función termina. Se despiden y yo decido irme a mi casa. Mañana será otro día.
La escena se repite. Tú estás llorando frente al computador y yo te observo desde el balcón de mi oficina. Vuelvo a seguirte. Entras a un café. Pides capuccino, sacas un libro de tu bolso: Los hombres que no amaban a las mujeres. Escribo ese título en mi agenda. Así cuando hablemos tendremos tema de conversación.
Llevas el cabello suelto y una de tus manos juega con el mientras lees.
Me concentro en tus manos. Ya casi las 9, me levanto de la mesa y cuando estoy en la puerta, una voz dulce que dice: ¿Ya te vas? Me volteo bruscamente y allí estás tú. Me miras fijamente y me dices: Anoche estabas en el cine, me seguiste desde el edificio de enfrente. Y me has estado observando durante casi dos horas, mientras anotas cosas en tu agenda. ¿Qué anotaste? Yo mudo y como un imbécil dirijo la mirada al libro que traes en las manos. Me dices que vives cerca, me invitas a tomar vino y aunque yo se que el vino me sienta mal, decido aceptar tu invitación.
En el último piso tu apartamento. Hay pocos muebles y un cuadro gigante de Picasso. Todo tan pulcro y ordenado. Vas a la cocina y eso me da tiempo para observar algunas fotografías y libros, muchos libros. Regresas con unas copas azules, sirves el vino. Creo que más de la cuenta. Ahora estamos desnudos, tú sonríes y me dices: Si no me hubieras seguido, igual estaríamos aquí.
Yo digo que me gusta tu sonrisa y me atrevo a preguntar porque llorabas y tú respondes con una nueva sonrisa: ¡Ah eso! No se… No fueron lágrimas de dolor. Nadie me rompió el corazón. Tampoco fueron lágrimas de arrepentimiento. Es extraño. Maté a un hombre y me ha gustado.